sábado, 25 de agosto de 2012

Mi Gordita

(Cuento)

Mucho se habla del deporte rey, pero que sería de ese deporte sin su instrumento indispensable, tiene muchos nombres, pero el mismo significado en cualquier parte del mundo. Es de diferentes colores, aunque el más común es blanco con negro, rueda desde un campo de grass hasta un asfalto de tierra, no importa el lugar sino como lo disfrutes, ese instrumento es el balón de fútbol. 


Para un niño de escasos recursos económicos recibir un balón como obsequio de cumpleaños puede significar el mejor regalo de un valor incalculable, con un sentimiento que a pesar de los años sigue vigente. 

Cuando cumplí 10 años, mi madre me regalo un balón de fútbol, tenia los colores azul y blanco con el símbolo del club Alianza Lima, tenía esos colores ya que tanto mi abuelo como mi papá eran blanquiazules, por ese entonces no sabía mucho de fútbol, no me llamaba mucho la atención, inclusive sabia apenas tres nombres de clubes peruanos: Alianza, Universitario y Sporting Cristal. Imaginaba que esos tres equipos jugaban entre sí para ver quién sería el campeón, pensaba que eran apenas tres los equipos 

Por la televisión presencié el encuentro entre Sporting Cristal y Alianza Lima. El equipo celeste era una máquina de hacer goles, mientras que el otro solo se aferraba a su arco. Desde ese momento empieza a llamarme la atención el fútbol. 

Una tarde, mis amigos del colegio me buscaron para ir a jugar fútbol, como no tenían balón me ofrecí a llevar mi pelota, sin pensar que desde ahí cambiaría todo para mí. Llegamos a una cancha de tierra, él más hablador ‘saco’ el equipo, entonces la pelota empezó a rodar. Esa tarde marque mi primer gol, fue un sentimiento que hasta ahora no puedo explicar, ya han pasado muchos años y aún lo recuerdo con nostalgia. 

Luego del partido, la pelota quedó totalmente sucia, así que decidí lavarla, mi madre me tildó de loco, sin embargo, esa pelota se convirtió en algo especial. 

Cuando tenía educación física en el colegio lo llevaba reluciente, hasta uno de mis compañeros pregunto si lo lavaba, respondí que sí, para después ver una sonrisa en su rostro, como si se tratara de algo gracioso lo que hacía con mi balón. 

La pelota lo llevaba a todos lados, cuando iba a casa de mi abuela, cuando iba de compras. Mi madre ya estaba cansada que llevara esa pelota a todas partes, sin embargo, era mi mejor amigo, aunque no decía ni una palabra nos entendíamos muy bien y siempre me gustaba que estemos presentables. 

Siempre que jugaba fútbol me gustaba hacerlo con mi balón blanquiazul, sentía que solo así podía ganar los diferentes partidos, aunque muchas veces gané, también tuve algunas derrotas, pero fue precisamente esa pelota con que logré hacer los más extraordinarios goles, me sentía un Pele o Maradona. Sin embargo, todos me decían Zidane, en ese entonces ni siquiera sabía quién era ese, con el tiempo me enteré que era un gran jugador francés, inclusive se consagró campeón mundial en 1998. 

La ‘Gordita’ como muchas veces llamaba a mi balón me acompañó toda la niñez y gran parte de la adolescencia, cada vez que hacía las tareas del colegio la ‘Gordita’ estaba a mi lado. Con el tiempo se crearon nuevas pelotas con diferentes materiales que hacían las cosas más fáciles para los jugadores. 

Muchas veces me obsequiaron pelotas más preciosas y cómodas, pero yo no lo tomaba con mucha importancia ya que nada se comparaba con mi Gordita, siempre me tildaban de tonto por preferir un balón tan feo y anticuado cuando tenía otros mucho mejores, sin saber que mi Gordita tenía un valor enorme. 

Siempre tuve la sensación que la Gordita seguiría conmigo por siempre, pero me equivoque, ya que nada es para siempre. 

En una tarde de abril, estuve jugando fútbol cerca a mi casa, aproximadamente dos horas, cuando ya había concluido el partido caminé de regreso, fue en ese momento cuando una combi hace una mala maniobra y se cruza en mi camino, pude esquivarla pero olvide el balón. Lo tengo en mi memoria el momento exacto en que la combi revienta el esférico y se da a la fuga, trate de alcanzarlo pero no pude. Lo único que hice fue recoger los pedazos del esférico. Entre lágrimas regresé a casa. Mi madre me consoló diciéndome que tenía muchas otras pelotas, pero ninguna se compara con mi Gordita. 

Luego de ese incidente me encontré deprimido, mi padre y unos amigos me ayudaron a superarlo. Hasta el día de hoy conservo los pedazos del balón. 

Desde entonces no me gusta tener pelotas, cada vez que me regalan una se lo doy a mi hermano o no lo tomo mucha importancia, debido a que ningún otro balón me hará olvidar a mi Gordita y tampoco se podrá comparar con ningún otro.